RECORDANDO A CADICAMO
por Enrique Espina Rawson.
Conocí
a mi ilustre tocayo en 1970, a bordo de un un colectivo 102, en la calle
Uruguay. Me sorprendí al verlo. “Es Cadícamo?” me preguntaba, cuando sin
pensarlo dos veces lo abordé, saludándolo. Me miró un poco, como divertido, y
luego me saludó también, muy amablemente. Si en ese momento hubiera sospechado
como en general trataba a muchos de los que se le acercaban espontáneamente, no
sé si lo hubiera hecho. Harto de que lo importunaran personas impertinentes,
rechazaba preguntas y saludos.
Bueno,
vivíamos cerca, él en Talcahuano entre Juncal y Arenales, y yo a una cuadra. Al
despedirnos, me dijo que lo llame y a los pocos días estaba en su casa, tomando
el té. El té era su ritual . Tenía que ser de Ceylán, en hebras. Previamente
calentaba las tazas, tapaba la tetera, y dejaba reposar las doradas hojas un
rato largo. Conversábamos largamente, es decir, fundamentalmente yo procuraba
escuchar. Anécdotas infinitas. Era un extraordinario narrador. Macoco Alzaga,
Angel D’Agostino, Canaro, Gardel, Luis Angel Firpo,todos pasaban por su
memoria.
Pero sobre todo Cobián y el Malevo Muñoz eran sus preferidos, sus amigos
del alma. Me contó que cuando este sacó en Crítica ( o “Jornada”, creo, es lo
mismo) la nota “Carlitos, largá la mandolina…”, lo llamó para preguntarle como
había escrito semejante cosa, de la Púa le contestó: “Exceso de cariño”. Lo
cierto es que la nota le cayó mal a Carlos (a pesar que, bien leída, era un
elogio tremendo), y me contó Ulises Petit de Murat, que fue él, (entonces
redactor de Crítica) quien los hizo amigar.
Se indignó con Virgilio Expósito cuando en
un reportaje salió con que a Gardel “no se le conocían minas”. Neustadt, por la
radio, en medio de una entrevista con Expósito lo pone en diálogo con Cadícamo.
Ni lo saludó, directamente le dijo: “¿Pero quién sos vos para decir eso? ¿Qué
carajo sabes? Vos-recalcando el vos- vos no le habrás conocido minas a
Gardel”…y otras cosas por el estilo. Después que cortó, y todavía indignado me
dijo:” Mirá, te lo juro por mi madre. Carlitos era el tipo más normal del
mundo” y agregó unas anécdotas largas para relatar que las dejamos para otro
día.
A
Cadícamo le gustaba tocar el piano, y se defendía bastante, a ratos se sentaba
en el taburete a pedir mi opinión sobre temas que ensayaba largamente. Creo que en esos aproximadamente 30 años
hasta su muerte, no se veía más que con Luis Alposta (seguramente puede
confirmar todo lo que digo) y conmigo. Claro, todos sus amigos ya habían
partido.
Sobre Gardel volvía siempre.
Me decía: “…yo no sé que carajo tenía, la manera de decir...Ambiente, no sé… Lo
cierto que se los morfó a todos y se los va a morfar a todos los que vengan”. Otra me acuerdo, había escuchado “El día que
me quieras” ( a él no le gustaba Le Pera ) y me dijo:
“ Vos sabés que a mi esas
cosas no me gustan. Pero lo escuché y me emocioné y ojo, te digo que no me
gusta…” Una vez, en casa escuchando “La
reina del tango” de Iriarte y él, me hizo observar que Carlos tenía dificultades
en pronunciar ciertas palabras: …”fijate que no dice “diadema”.
Tenía razón..............................................................................
En verdad, nos veíamos por
lo menos dos veces por semana, al lado de SADAIC, o donde fuera, a almorzare o comer
a la noche, en fin… Cuando se casó su hija Mónica, con fiesta en el Plaza
Hotel, fui la única persona que, no siendo de la familia, estuvo en la mesa con
él. Un día-recuerdo- se le dio por escribir un libro sobre episodios del París
que conoció, con la historia de unos pequeros argentinos, y quería vincular el
tema con Gardel. No tenía nada que ver, y, en realidad, y contra mis deseos, no
estaba bien logrado. Insistía en que Gardel había caído a París, un poco a la
aventura. No hubo forma de convencerlo, aún mostrándole la fotocopia del
contrato firmado un año antes que no era así. El hecho es que lo llevé a lo de
doña Adela Defino, porque quería ver algunas fotos, no recuerdo, y luego le
sugerí que Guibourg le hiciera el prólogo, cosa que Pucho hizo con gran gusto.
Perdí el ejemplar que tenía, pero recuerdo que me hizo una especie de
dedicatoria en la primera página.
No mucho tiempo después fuimos al velorio de Pucho, en la Casa del
Teatro. Como empezaron a brillarnos los ojos, me dice, yéndose para la salida:
“Mejor salgamos, está haciendo calor”.
Con la familia Cadicamo, en un evento. |
Otro día me da la mano: “Felicitame, no fumo más”. ¡Tenía 88 años! Qué
se yo, mil cosas. Lo acompañé a la entrevistas que le hizo Carrizo por Radio
Rivadavia, a grabaciones en las que dialogaba con Goyeneche, al veterinario a
llevar a una perrita muy viejita y ciega que tenía, y que adoraba. Una vez organizamos un homenaje a Cobián y
Cadícamo en el San Martín, con “Cocho” Paoloantonio. Allí canté, a su pedido un
par de tangos, acompañándome una guitarra. Lo hice como Enrique Cobián,
seudónimo con que canté algunas veces en Europa, más como diversión que otra
cosa. Otra en Centro Cultural San Martín le hicimos un homenaje, yo estaba a
cargo del sector Tangos en la entidad. Planeamos un espectáculo en el Luna
Park, otro en el Presidente Alvear pero, no se pudo. Lo acompañé hasta último
momento en el Instituto Favaloro. No las pasó bien en sus últimos días, pobre
Enrique! Siempre lo recuerdo.
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