Tuesday, January 15, 2019

RECORDANDO A CADICAMO





                 RECORDANDO A CADICAMO    

                                             por Enrique Espina Rawson.



Conocí a mi ilustre tocayo en 1970, a bordo de un un colectivo 102, en la calle Uruguay. Me sorprendí al verlo. “Es Cadícamo?” me preguntaba, cuando sin pensarlo dos veces lo abordé, saludándolo. Me miró un poco, como divertido, y luego me saludó también, muy amablemente. Si en ese momento hubiera sospechado como en general trataba a muchos de los que se le acercaban espontáneamente, no sé si lo hubiera hecho. Harto de que lo importunaran personas impertinentes, rechazaba  preguntas y saludos.
 
 Bueno, vivíamos cerca, él en Talcahuano entre Juncal y Arenales, y yo a una cuadra. Al despedirnos, me dijo que lo llame y a los pocos días estaba en su casa, tomando el té. El té era su ritual . Tenía que ser de Ceylán, en hebras. Previamente calentaba las tazas, tapaba la tetera, y dejaba reposar las doradas hojas un rato largo. Conversábamos largamente, es decir, fundamentalmente yo procuraba escuchar. Anécdotas infinitas. Era un extraordinario narrador.  Macoco Alzaga, Angel D’Agostino, Canaro, Gardel, Luis Angel Firpo,todos pasaban por su memoria.    
                                                                                                 Pero sobre todo Cobián y el Malevo Muñoz eran sus preferidos, sus amigos del alma. Me contó que cuando este sacó en Crítica ( o “Jornada”, creo, es lo mismo) la nota “Carlitos, largá la mandolina…”, lo llamó para preguntarle como había escrito semejante cosa, de la Púa le contestó: “Exceso de cariño”. Lo cierto es que la nota le cayó mal a Carlos (a pesar que, bien leída, era un elogio tremendo), y me contó Ulises Petit de Murat, que fue él, (entonces redactor de Crítica) quien los hizo amigar.
 
Se indignó con Virgilio Expósito cuando en un reportaje salió con que a Gardel “no se le conocían minas”. Neustadt, por la radio, en medio de una entrevista con Expósito lo pone en diálogo con Cadícamo. Ni lo saludó, directamente le dijo: “¿Pero quién sos vos para decir eso? ¿Qué carajo sabes? Vos-recalcando el vos- vos no le habrás conocido minas a Gardel”…y otras cosas por el estilo. Después que cortó, y todavía indignado me dijo:” Mirá, te lo juro por mi madre. Carlitos era el tipo más normal del mundo” y agregó unas anécdotas largas para relatar que las dejamos para otro día. 
 
                                                                                         
A Cadícamo le gustaba tocar el piano, y se defendía bastante, a ratos se sentaba en el taburete a pedir mi opinión sobre temas que ensayaba largamente.  Creo que en esos aproximadamente 30 años hasta su muerte, no se veía más que con Luis Alposta (seguramente puede confirmar todo lo que digo) y conmigo. Claro, todos sus amigos ya habían partido.
Sobre Gardel volvía siempre. Me decía: “…yo no sé que carajo tenía, la manera de decir...Ambiente, no sé… Lo cierto que se los morfó a todos y se los va a morfar a todos los que vengan”.  Otra me acuerdo, había escuchado “El día que me quieras” ( a él no le gustaba Le Pera ) y me dijo:
 “ Vos sabés que a mi esas cosas no me gustan. Pero lo escuché y me emocioné y ojo, te digo que no me gusta…”  Una vez, en casa escuchando “La reina del tango” de Iriarte y él, me hizo observar que Carlos tenía dificultades en pronunciar ciertas palabras: …”fijate que no dice “diadema”.
Tenía razón.............................................................................. 
                                                                                                     En verdad, nos veíamos por lo menos dos veces por semana, al lado de SADAIC, o donde fuera, a almorzare o comer a la noche, en fin… Cuando se casó su hija Mónica, con fiesta en el Plaza Hotel, fui la única persona que, no siendo de la familia, estuvo en la mesa con él. Un día-recuerdo- se le dio por escribir un libro sobre episodios del París que conoció, con la historia de unos pequeros argentinos, y quería vincular el tema con Gardel. No tenía nada que ver, y, en realidad, y contra mis deseos, no estaba bien logrado. Insistía en que Gardel había caído a París, un poco a la aventura. No hubo forma de convencerlo, aún mostrándole la fotocopia del contrato firmado un año antes que no era así. El hecho es que lo llevé a lo de doña Adela Defino, porque quería ver algunas fotos, no recuerdo, y luego le sugerí que Guibourg le hiciera el prólogo, cosa que Pucho hizo con gran gusto. Perdí el ejemplar que tenía, pero recuerdo que me hizo una especie de dedicatoria en la primera página.    
 
                                                     No mucho tiempo después fuimos al velorio de Pucho, en la Casa del Teatro. Como empezaron a brillarnos los ojos, me dice, yéndose para la salida: “Mejor salgamos, está haciendo calor”.                                                   
Con la familia Cadicamo, en un evento.
Otro día me da la mano: “Felicitame, no fumo más”. ¡Tenía 88 años! Qué se yo, mil cosas. Lo acompañé a la entrevistas que le hizo Carrizo por Radio Rivadavia, a grabaciones en las que dialogaba con Goyeneche, al veterinario a llevar a una perrita muy viejita y ciega que tenía, y que adoraba.  Una vez organizamos un homenaje a Cobián y Cadícamo en el San Martín, con “Cocho” Paoloantonio. Allí canté, a su pedido un par de tangos, acompañándome una guitarra. Lo hice como Enrique Cobián, seudónimo con que canté algunas veces en Europa, más como diversión que otra cosa. Otra en Centro Cultural San Martín le hicimos un homenaje, yo estaba a cargo del sector Tangos en la entidad. Planeamos un espectáculo en el Luna Park, otro en el Presidente Alvear pero, no se pudo. Lo acompañé hasta último momento en el Instituto Favaloro. No las pasó bien en sus últimos días, pobre Enrique! Siempre lo recuerdo.


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